El proceso político de la Transición a través de la prensa satírica(1975-1982)

  1. VILCHES FUENTES, GERARDO
Dirigida por:
  1. Juan Avilés Farré Director/a

Universidad de defensa: UNED. Universidad Nacional de Educación a Distancia

Fecha de defensa: 03 de abril de 2018

Tribunal:
  1. Antonio Altarriba Ordóñez Presidente/a
  2. José Luis Rodríguez Jiménez Secretario/a
  3. Abdón Mateos López Vocal

Tipo: Tesis

Teseo: 552376 DIALNET

Resumen

EL PROCESO POLÍTICO DE LA TRANSICIÓN A TRAVÉS DE LA PRENSA SATÍRICA (1975-1982) (RESUMEN) El origen de esta tesis doctoral se haya en una primera aproximación a las revistas satíricas de la transición como fuente para la historiografía, que tuvo lugar en el trabajo de final de máster que desarrollé en 2014 en el Departamento de Historia Contemporánea de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, bajo la dirección de Juan Avilés Farré, quien también ha dirigido ahora este nuevo trabajo que busca profundizar en el análisis de una fuente apenas explorada aún en los estudios sobre la transición. La hipótesis de partida que se manejará es que estas publicaciones satíricas pudieron ofrecer visiones de la transición de una crítica más expeditiva gracias al uso del humor, pues la tradición de la sátira, si bien está llena de ejemplos en los que el poder ha limitado drásticamente su uso, también muestra que puede tener un margen mayor, unos límites quizá no del todo claro pero más amplios que los de la prensa diaria o las revistas de información política. En palabras de Cristina Peñamarín: «Al humor concedemos una casi total libertad para suspender, cuestionar o negar las leyes de la lógica, las reglas de comportamiento, las jerarquías de prestigio, precisamente porque su gracia consiste en liberarnos, al menos transitoriamente, de ellas. Así como puede cuestionar el orden, puede también contribuir a su mejor funcionamiento».1 Sometidas a un estudio pormenorizado, y siguiendo una metodología que incorpora herramientas de historia cultural, análisis de medios de masas y análisis de la imagen, así como desde una perspectiva propia de la historia del presente —que exige, a mi juicio, la búsqueda constante de nuevas fuentes diferentes a las tradicionales—, estas revistas podrían desvelar una crónica de la transición que aportaría elementos nuevos al estudio de las mentalidades de este periodo, así como valiosa información sobre cuál era el sentir de la sociedad civil con respecto a la clase política y a las reformas que se llevaron a cabo, en tanto estos semanarios se dirigían a un público amplio con un lenguaje lleno de ironía pero, al mismo tiempo, directo y exento de corrección política. En muchos casos, de hecho, sus contenidos pueden chocar con las sensibilidades del presente y ofenderlas, lo cual constituiría, en realidad, otro elemento de interés de esta fuente, en tanto que nos 1 PEÑAMARÍN, C. «El humor gráfico y la metáfora polémica», en La balsa de la Medusa 38-39 (1996), p. 110. permitiría comprobar cuáles han sido los cambios que se han operado en nuestra sociedad desde la transición. El objetivo principal de esta investigación es, por tanto, construir un relato del proceso de transición política, desde la dictadura franquista hacia la monarquía parlamentaria, que tuvo lugar entre noviembre de 1975 y octubre de 1982, empleando como fuente primaria las principales cuatro revistas satíricas del periodo: Hermano Lobo, El Papus, Por Favor y El Jueves, con algunas aproximaciones a otras cabeceras. En dicho relato, gracias a las estrategias propias del humor gráfico y la sátira, se podría poner de manifiesto una contracrónica de la transición, en la que se subrayaran sus déficits y no se ocultaran sus contradicciones. Asimismo, el análisis de las apariciones de los principales líderes políticos del periodo también permitiría conocer de primera mano cómo eran percibidos por la sociedad. Al ser un medio de periodicidad semanal, y elaborado por autores muy apegados a las clases medias y bajas —y, en ocasiones, comprometidos políticamente—, sus contenidos deberían estar, a priori, igualmente apegados a una realidad social que no es la de la alta política o las grandes estrategias consensuales que permitieron la reforma política durante la transición. Como objetivo subsidiario del anterior, este trabajo pretende también poner en valor el uso del humor gráfico y el cómic como fuentes para la historiografía, ya que pueden suponer aportaciones valiosas si se las interroga con las herramientas adecuadas, que se espera que sean puestas en práctica durante la investigación. Como fuente primaria de esta investigación, se han considerado todos los números de Hermano Lobo, El Papus, Por Favor y El Jueves publicados entre noviembre de 1975 y octubre de 1982, lo que forma un corpus principal de estudio de más de ochocientas revistas, a las que hay que sumar ejemplares puntuales de años anteriores y posteriores, así como ejemplares de otras revistas, en especial Mata Ratos, Butifarra! y El Víbora. El motivo por el cual se han seleccionado esas cuatro revistas como principales fuentes se debe, por un lado, a sus ventas —que implican una mayor penetración social—, y, por otro, a que son las que más contenidos políticos publicaban. A continuación se resume la trayectoria de las cuatro revistas para este trabajo. Hermano Lobo (1972-1976) fue la primera competidora seria de La Codorniz. Surge como una iniciativa de José María González Castrillo, más conocido como Chumy Chúmez, uno de los más importantes humoristas gráficos del siglo XX español, quien había abandonado La Codorniz, donde se había convertido en uno de sus colaboradores más importantes. En el nuevo proyecto se acompaña del director Ángel García Pintado, y de algunos otros colaboradores de la decana del humor gráfico, como Antonio Fraguas, Forges, Miguel Gila, Jaume Perich y Andrés Rábago, OPS —después conocido como El Roto—. El humor de Hermano Lobo está muy limitado por la censura de su época —no en vano su subtítulo fue «Semanario de humor dentro de lo que cabe»— y es deudor de La Codorniz, aunque sí supuso una actualización con un mayor compromiso social y político. Pese a ello, Hermano Lobo surge en un contexto en el que no puede aún ser demasiado explícita en cuestiones políticas, ni concretar sus críticas en nombres propios. El Papus (1973-1986), fue publicado originariamente por Elf Ediciones, y es un producto derivado de Barrabás, una exitosa publicación satírica de temáticamente deportiva. El Papus contó con la plana mayor de aquella otra revista: Óscar Nebreda, Ja, e Ivá. A ellos se irán uniendo dibujantes como Gin, Fer o L’Avi, y periodistas como Francisco Arroyo o Albert Turró, que firmaban bajo pseudónimos. Dirigida por Xavier Echarri y con la implicación del gerente y consejero delegado Carlos Navarro —perteneciente al grupo editorial del conde de Godó, que editaba la revista—, El Papus ofrecía un humor fresco y descarado, incluso soez, mediante el cual hablaba sin tapujos de cuestiones sociales y políticas. Se inspiraba de manera directa en publicaciones francesas como Hara-Kiri o L’Hebdo Hara-Kiri. Su espíritu ácrata e iconoclasta conectó con un público cómplice que permitió a la revista sobrevivir a dos cierres administrativos de cuatro meses, en 1975 y 1976, así como numerosas multas y secuestros. En septiembre de 1977, tras recibir amenazas de organizaciones de ultraderecha como la Triple A, las oficinas de El Papus sufrieron un atentado con bomba que acabó con la vida del portero de la finca, Juan Peñalver, y causó cuantiosos daños materiales. Por Favor (1974-1978) fue una iniciativa del empresario y diseñador José Ilario —responsable también del nacimiento de Barrabás, Bocaccio e Interviú—, en complicidad con Manuel Vázquez Montalbán, que ejerció la función de director. Otros colaboradores fundamentales fueron El Perich, Maruja Torres, Forges, Juan Marsé, Núria Pompeia y Vivés. Por Favor fue una revista claramente politizada e intelectual, alineada con la izquierda, y la parte escrita tenía un peso más importante que en sus competidoras. Según Ilario, sus ventas estuvieron siempre en torno a los 40 000 ejemplares, y nunca fue una revista muy rentable. Además, fue cerrada durante cuatro meses por la administración en 1974, periodo en el que el mismo equipo realizó Muchas gracias. El Jueves (1977-actualidad) fue también una iniciativa de Ilario, que contó con Gin, Romeu, José Luis Martín, Trallero o Vivés como principales colaboradores en sus inicios. En origen, nace con la intención de ser una actualización adulta de las clásicas revistas de historieta publicadas por Bruguera, con personajes recurrentes y estereotipos sociales y profesionales. Pronto, sin embargo, vira a una sátira costumbrista y política, especialmente con la incorporación de Ivá durante unos meses. Tras veintiséis números, el Grupo Zeta compra el semanario. Con múltiples cambios y una demostrada capacidad de renovación, El Jueves es la única revista satírica aparecida durante la transición que se publica en nuestros días, dentro del grupo editorial RBA. El análisis de contenidos se ha contrastado, por un lado, con la consulta de abundante bibliografía especializada tanto en la transición española como en el humor gráfico y el cómic, con el fin de poder comparar la visión contemporánea e irreverente de los semanarios humorísticos con el relato historiográfico. Asimismo, para constatar las diferencias entre ese discurso satírico y los discursos de otros medios de comunicación contemporáneos, se ha recurrido en ocasiones a la lectura de revistas de análisis político como Triunfo o Cuadernos para el diálogo, así como a la prensa diaria, especialmente, El País, Diario 16, La Vanguardia y Abc. La investigación se ha completado con la consulta de documentación conservada en el Archivo General de la Administración, relativa a las sanciones administrativas que recibieron las revistas analizadas, así como al archivo de la revista Butifarra! depositado en el Archivo Histórico de Barcelona. Por otro lado, y como corresponde a una investigación encuadrada en la historia del presente, se ha recurrido a las fuentes orales mediante extensas entrevistas personales mantenidas con algunos de los autores y editores de las revistas satíricas estudiadas. En concreto, se ha entrevistado a los editores José Ilario y Carlos Navarro y a los dibujantes Kim, L’Avi, José Luis Martín, Tom Roca, Carlos Romeu, Ja, y Alfonso López. Por último, se ha implementado una encuesta entre antiguos lectores de revistas satíricas durante la transición, que han contestado un total de 82 personas. El análisis estadístico de estos formularios contribuye a describir el impacto de los semanarios estudiados en la sociedad de su época; si bien en modo alguno puede considerarse concluyente, sí considero que la muestra es lo suficientemente variada como para tener en cuenta sus resultados en la valoración del papel social que jugaron las revistas satíricas. La metodología empleada en el análisis de la fuente primaria de esta investigación incluye herramientas propias de la historia cultural, así como de la historia de los medios de comunicación de masas, en tanto al objeto de estudio puede aplicársele lo que Aintzane Rincón definió en su análisis del cine del franquismo y la transición; siguiendo su teoría, no podemos aceptar una visión extremadamente estructuralista de la fuente como artefacto cultural: no se trataría tanto de un reflejo de la sociedad como de un agente que participa en —y ayuda a redefinir— los discursos socialmente aceptados.2 En este caso, hablamos de discursos marginales, contrarios a los emanados desde el poder o desde los principales núcleos del contrapoder. En el análisis de un objeto cultural como fuente historiográfica no pueden aplicarse los mismos criterios que aplicamos a las fuentes clásicas documentales, en tanto que no es relevante si lo que contiene es verdadero sino, más bien, qué ideología y qué valores transmiten, qué reflejan y qué omiten, y de qué maneras. La incorporación de nuevas fuentes al estudio de la historia, por otra parte, es una constante desde el fin del paradigma positivista a finales del siglo XIX, y supone una característica irrenunciable de la historia del presente, y como tal podemos entender el estudio de la transición española, como punto de partida de un periodo aún no concluido, la democracia, y protagonizado además por personas aún vivas en un alto porcentaje. En la medida en la que las fuentes de archivo de este periodo no están aún totalmente accesibles, el análisis de fuentes alternativas puede revelar aspectos inéditos de la sociedad y las mentalidades de la época. De hecho, esa percepción tradicional de que la principal dificultad de la historia del presente es la falta de fuentes, se debe, en opinión de Aróstegui, a que existe «un patente error de concepto y de observación que, sin embargo, refleja una visión de la función de historiar que está bastante arraigada: no sería posible hacer historia si no existen documentos y el documento por antonomasia es el de archivo, el documento depositado en el “archivo histórico”».3 Para este historiador —y coincido con su apreciación—, en realidad el 22 RINCÓN, A. Representaciones de género en el cine español (1939-1982). Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2014, p. 338. 3 ARÓSTEGUI, J. «La historia del presente, ¿una cuestión de método?, en NAVAJAS ZUBELDIA, C. (ed.) Actas de IV Simposio de Historia Actual, Logroño, 17-19 de octubre de 2002. Logroño, Gobierno de La Rioja. Instituto de Estudios Riojanos, 2004, p. 57. problema es el contrario: la sobreabundancia de fuentes, si manejamos una definición de la misma moderna y ajustada a la realidad del oficio del historiador hoy. Esa resignificación del concepto de fuente debería alcanzar todo producto cultural, en tanto vehículo ideológico que puede aportar una información importante sobre su emisor y su receptor, que influye y es influido por la opinión pública. El análisis ideológico y cultural se verá completado, por un lado, con el empleo de herramientas estadísticas y cuantitativas, que permitan medir determinados aspectos de la fuente, como la frecuencia de aparición de asuntos y personalidades; por otro lado, constantemente se realizará una confrontación con la historia política, para conocer en qué medida la fuente refleja los acontecimientos que la historiografía ha valorado como más relevantes, y de qué manera. Por último, la cualidad gráfica de la fuente principal exige, sin duda, el manejo de una metodología específica de análisis de la imagen y el lenguaje del cómic y el humor gráfico. LA TRANSICIÓN POLÍTICA A TRAVÉS DE LAS REVISTAS SATÍRICAS El trabajo se estructura en dos grandes partes. En la primera se analizan los contenidos de las revistas satíricas entre 1975 y 1979: desde la muerte de Franco hasta el fin de la llamada etapa de consenso con la segunda victoria electoral de la UCD. Ninguno de los semanarios satíricos pudo ser muy explícito respecto a la muerte de Francisco Franco el 20 de noviembre de 1975. La mayoría ignoraron el hecho o publicaron alusiones elípticas, que se referían más a las consecuencias que al hecho en sí. Durante el gobierno de Arias Navarro, las revistas se centran en señalar de un modo general la falta de avances, o una moderada desconfianza en la evolución de la reforma de Arias. Se expresa sin contundencia y sin alusiones directas a hechos o políticos concretos, al menos durante las primeras semanas. Por ejemplo, no se menciona el nombramiento por parte del Rey de Torcuato Fernández Miranda como Presidente de las Cortes y del Consejo del Reino. Con el nuevo año, 1976, los semanarios comienzan a aludir más frecuentemente a políticos concretos y a miembros del Gobierno. En lo que respecta a la oposición democrática, durante los últimos meses de 1975, no son demasiadas las alusiones que encontramos, así como tampoco se encuentran contenidos relacionados con los dos organismos que agrupaban a la mayoría de grupos opositores; con el paso de los meses, las revistas satíricas adoptarán, grosso modo, el discurso de dicha oposición y reflejarán sus reivindicaciones, especialmente en lo que respecta a la celebración de elecciones generales, la legalización de los partidos políticos y la concesión de una amnistía para los presos políticos. La llegada de Suárez a la presidencia coincide con una época de mayor permisividad en la que se normaliza la presencia de las críticas humorísticas al gobierno y a la extrema derecha, aunque existieron aún acciones legales y administrativas contra las revistas. La legalización de todos los partidos políticos, incluyendo el PCE, en 1977, abre una nueva etapa en la que el trato relativamente benevolente que el humor satírico destinaba a la oposición democrática se transforma en una crítica a sus renuncias para lograr dicha legalización de manos del gobierno de Suárez. Las primeras elecciones generales agravaron estas críticas, así como las dirigidas a la forma en la que se estaba llevando a cabo la transición política y se estaban celebrando esos primeros comicios. Ni siquiera el hecho de que se celebraran por primera vez en cuarenta años insuflaba un poco de optimismo en unas revistas que parecían cansadas de los tópicos de las campañas electorales antes de que acabara la primera que vivían sus colaboradores. Tras la celebración de las elecciones de 1977 y la derogación del artículo 2 de la Ley de Prensa, las revistas satíricas experimentaron, por un lado, la decepción por la victoria de UCD —sumada a la que les provocó la actitud de la izquierda institucional—, y, por otro, la libertad suficiente para expresarla. Esta segunda etapa de la transición estuvo marcada por la progresiva retirada del control administrativo: los procesos judiciales o administrativos disminuyeron en su frecuencia, y, sobre todo en lo que respecta a las instituciones parlamentarias y gubernamentales, encontramos pocos límites en la sátira que van a practicar. Estos años, en lo que a prensa satírica se refiere, estarán protagonizados por dos semanarios, una vez que Por Favor, Mata Ratos y otras desaparecieran de los quioscos en 1977 y 1978: el veterano El Papus y la más reciente El Jueves, nacida ya en un contexto más tolerante. El paso de los años abrirá aún más los límites de lo permisible, y quizás por eso, el fenómeno del destape, tan característico en los primeros años de la transición, remitirá poco después, durante 1978. Pero si hay un término que define por sí solo la actitud y la línea editorial de estas revistas, ese es, sin duda, el de desencanto. Defraudado por el curso que estaba tomando la transición y por la política de consenso, que se interpretaba en clave de renuncia y defensa de intereses particulares, antes que colectivos, no encontraremos ya apenas signos de optimismo o apoyo a ninguna fuerza política, como sí se vieron antes de las elecciones, en especial en Por Favor, que, no por casualidad, no sobrevivió al cambio político. Sin embargo, el modo en el que va a plasmarse este desencanto será diferente en ambos casos. Mientras que El Jueves se alejará de los asuntos políticos para centrarse en un humor de costumbres y espectáculos e introducir series humorísticas de carácter no político, El Papus, azuzado por la indignación producida por el cierre en falso de la investigación y posterior juicio del atentado que sufrió en 1977, recrudecerá su crítica al Gobierno y a las instituciones, de modo que llega a cuestionar la legitimidad de la democracia española tal y como se estaba configurando. Paralelamente, ambas revistas analizaron muy críticamente el proceso de crisis y descomposición de UCD y la crisis del PCE. Ya en las elecciones general de 1 de marzo de 1979, que se vivieron desde las revistas satíricas con resignación y desencanto, se insistió en la idea de que UCD era una derecha tan dura y tan vinculada al franquismo como AP; todo lo más, había una diferencia de imagen o de talante. Uno de los mejores ejemplos se encuentra en el Extra Especial Elecciones de El Papus, en que Suárez y Fraga, bajo el titular de «Las derechas atacan», aparecen caracterizados como el conde Drácula. Suárez pregunta a los lectores: «¿Qué preferís que os la chupe un drácula educao y fino como yo, o un drácula feo como ese?»4 En cuanto a la formación comunista, ni siquiera la llegada de la izquierda a tantos consistorios por todo el Estado parecía celebrarse en las páginas de El Papus y El Jueves, ni fue algo que sirviera para aplacar las críticas contra el PCE y, sobre todo, contra Santiago Carrillo. El eurocomunismo siguió siendo diana de muchos ataques, motivados por la percepción que tenían los colaboradores de estas revistas, que intuían, por un lado, el viraje a la moderación y al centro político del partido, y, por otro, el oportunismo político de Carrillo. El PCE recibió duras críticas, especialmente desde El Papus, hasta el final de la transición con el fracaso electoral de 1982 y la posterior dimisión de Carrillo. Cuando el eurocomunismo y la manera de ejercer el control del PCE por parte de su secretario general hicieran aflorar la disensión y las crisis más serias, los semanarios satíricos dieran buena cuenta de ellos. Especialmente en el caso de El Papus, pues El Jueves, como se ha dicho, se acercaba ya únicamente en momentos de especial relevancia a la actualidad política. 4 S.a. «Las derechas atacan», en El Papus Extra Especial Elecciones 79 (1979), pp. 24-25. REVISAR Este trabajo también analiza la llegada al poder del PSOE en 1982, así como la amenaza golpista, especialmente en lo que respecta al 23-F. El discurso de estas publicaciones tendió a considerar el golpismo como una estrategia más del poder económico y político emanado del franquismo para controlar el proceso de reforma política y, más concretamente, a la izquierda. Durante todo el análisis que se ha llevado a cabo del proceso de cambio político en las páginas anteriores, sobresale una ausencia notable: la del rey Juan Carlos I. Ciertamente, son muy pocas las menciones a su figura, en cualquiera de las etapas de la transición que se examine. REFLEXIONES FINALES VALORACIÓN FINAL: EL IMPACTO DE LAS REVISTAS SATÍRICAS EN LA TRANSICIÓN El boom de las revistas satíricas durante los años setenta se revela, al final de la transición, como un fenómeno de naturaleza efímera. Tras la proliferación de cabeceras que caracterizó el periodo comprendido entre 1972 y 1977, el aperturismo legislativo, el fin de las restricciones del destape y el rápido desinterés de gran parte de la ciudadanía acerca de los asuntos políticos, hicieron que las ventas de todos los semanarios descendieran; de hecho, 1982 marca, según la investigación de María Iranzo, el momento más bajo en la audiencia de El Papus y El Jueves.5 El Papus se recuperó un tanto, pero, como se ha analizado, terminó desapareciendo, acuciado por problemas económicos, pero también por unas ventas que no remontaron, tal vez porque la revista no abandonó la línea de crítica política implacable que la había caracterizado. El Jueves, sin duda alguna, supo leer mucho mejor el cambio social que se estaba produciendo al entrar en una normalidad democrática sin la presión del ejército ni la ultraderecha. La extraordinaria popularidad de Felipe González, que era valorado por encima del 7 en las encuestas de opinión tras su victoria electoral, tampoco parecía el mejor escenario para la sátira contra el gobierno. Por ello, se explica que la revista superviviente fuera una que se orientara a un humor costumbrista, complementado por series humorísticas sin apego a la actualidad, y que 5 IRANZO, M. La revista satírica El Papus (1973-1987). Contrapoder comunicativo en la Transición política española. El tratamiento informativo crítico y popular de la Transición española. Tesis Doctoral. Universidad de Valencia, 2014, p. 529. además, supo renovarse constantemente con la incorporación de nuevos autores.6 En cualquier caso, debe tenerse muy en cuenta que este proceso de rápida decadencia no fue privativo de los semanarios humorísticos, ya que se extendió al resto de publicaciones políticas, como Cuadernos para el diálogo, cerrada en 1978, o Triunfo que finaliza en 1982. Cuando se interroga a los autores entrevistados por los motivos para el fin de esta breve edad de oro del humor satírico en España, aportan algunas claves de interés. Por ejemplo, Alfonso López coincide con la valoración anterior y apunta que el fenómeno fue generalizado para todas las revistas políticas: Ahí sí que yo creo que entra el desencanto, pero es que no es solamente revistas satíricas; las políticas también empiezan a desaparecer. […] Es decir, hay un momento álgido de la politización en el país en el momento de la primera transición, […] yo diría hasta la OTAN. A partir de la OTAN el español medio vuelve a ser el español desgraciadamente entre comillas educado por el franquismo: es decir, todos son iguales. Y se deja de comprar revistas. Pero no solamente las de humor, todas. […] todas las publicaciones políticas, sean de humor o no, van bajando […] porque la población, […] en un par de años, vuelve a sus cuevas de invierno.7 José Luis Martín apunta que las revistas satíricas dejaron de ser necesarias: «había un momento en que había una necesidad de humor político, que es lo que antes no se podía hacer, cumplimentado el trámite solo sobrevive la que hace más cosas además de eso».8 Es una opinión con la que coincide José Ilario: «cuando la sociedad tiene mayor presión o mayor censura, es cuando más éxito tienen las revistas de humor o de sátira. Cuando la sociedad es más abierta eso no hace falta. […] Las revistas de humor, y las satíricas en particular, solo son válidas en tiempos de opresión».9 En la misma línea se expresa Tom Roca, de un modo muy gráfico: «yo tengo la teoría de que al humorista gráfico hay que dejarle en un panel con un cristal delante, como los extintores, con un martillico y tal… Y entonces con un cartel delante: “Ábrase en caso de golpe de estado” [risas]».10 Kim, por su parte, apunta otra posible razón: que, sencillamente, no hubiera suficientes lectores para tantas revistas satíricas, de forma que la política de las editoriales de 6 Ver página XXXX. 7 LÓPEZ, A. Entrevista personal concedida el 23 de enero de 2017. 8 MARTÍN, J. L. Entrevista personal concedida el 18 de octubre de 2016. 9 ILARIO, J. Entrevista personal concedida el 4 de mayo de 2016. 10 ROCA, T. Entrevista personal concedida el 23 de enero de 2017. multiplicar las propuestas no respondiera a la realidad del mercado;11 es algo que Kim relaciona con el mercado del cómic adulto, donde, unos años más tarde, se reproduciría el mismo fenómeno. Refrendando esta impresión, se encuentra un texto de Chumy Chúmez en una antología de La Codorniz: «España solo producía unos doscientos mil potenciales lectores de semanarios de humor. Un semanario podía vivir en la opulencia, dos podían apenas sobrevivir y a partir del tercero hubo que cavar una fosa común para todos, porque los editores no tenían beneficios suficientes para construir panteones privados».12 Estas hipótesis pueden ser, en parte, ciertas, pero el hecho de que el humor funcione mejor en momentos políticos en los que la crítica política seria se encuentra coartada no explica completamente, en mi opinión, la desaparición casi total de estas publicaciones en España, toda vez que en otros países con regímenes democráticos existieron en la misma época semanarios de humor, al igual que revistas de análisis político. En el caso español, la excepcionalidad de la dictadura, que generó un inmovilismo en La Codorniz y la imposibilidad de la aparición de cabeceras más atrevidas, puede que impidiera la renovación de esta revista, que era la que partía, sin duda, con ventaja para convertirse en una institución de prestigio. En la transición, por otra parte, se quemaron etapas con mucha rapidez, de forma que las revistas que aparecían respondiendo a la coyuntura de cada una de ellas quedaban rápidamente desfasadas, sin margen de error. Si La Codorniz fue la revista idónea para el franquismo, Hermano Lobo, más osada y política, fue perfecta para el lector del tardofranquismo; Por Favor, con su apoyo a la oposición democrática, fue un herramienta útil durante el gobierno de Arias Navarro, pero perdió la partida contra una publicación ácrata y escéptica como El Papus, perfecta para tiempos de desencanto, pero no tanto para tiempos de paz política y superación de la crisis económica, en los que los lectores se decantaron por una publicación menos política y más festiva: El Jueves. Es una hipótesis poco verificable y, ciertamente, demasiado simple: hay que tener en cuenta, también, que solo las ventas de El Papus y, después, El Jueves fueron verdaderamente grandes. El resto sobrevivió en unos números aceptables, pero que no soportaban cualquier bajada. A eso, además, hay que sumarle otros factores: también la estética de estos semanarios es importante, y los cambios en el diseño de la prensa durante la transición se sucedían tan rápidos como en cualquier otro ámbito. Muy pronto, una 11 KIM. Entrevista personal concedida el 23 de enero de 2017. 12 CHUMY CHÚMEZ. «Prólogo», en VVAA. La Codorniz. Antología (1941-1978). Madrid, Edaf, 1998. revista como Hermano Lobo resultaba anticuada, comparada con un Mata Ratos o un El Papus, y lo mismo puede decirse de la densidad de información de Por Favor, con respecto a las ligeras páginas de sus competidores. Además de eso, es necesario contemplar el impacto que las sanciones económicas y suspensiones administrativas podían tener en las editoriales, así como los movimientos de los autores: algunos de ellos eran muy populares y podían decantar la decisión de compra de muchos lectores a una revista o a otra, y en el contexto de la crisis del petróleo y la subida constante del precio del papel, ya no eran las publicaciones baratas que fueron al inicio de la transición. Otro factor de índole técnica y práctica debe observarse: la antelación con la que debían prepararse estas revistas, especialmente en el caso de El Papus, y que provocaban, en algunos casos, retrasos de más de dos semanas en el comentario de la actualidad, bien podría ser otro motivo de pérdida de interés por parte de los lectores, toda vez que la prensa diaria —cuyas ventas estaban aumentando en los años finales de la década de los setenta— y la televisión podían informar de una forma mucho más inmediata de los acontecimientos políticos. Por último, la manera en la que funcionaba el mercado editorial de la prensa en aquellos años no es baladí para entender qué sucedía. Se abrían y cerraban publicaciones de todo tipo constantemente, a veces por motivos poco claros; podía ser, en los primeros compases de la transición, por presiones de la administración como las que relata José Ilario, o bien por intereses de los grandes grupos editoriales que coparon la publicación de revistas después. Los dueños podían cerrar revistas rentables por falta de información sobre sus ventas, o por una cuestión de imagen. Ya se vio cómo desapareció Butifarra!, pero José Luis Martín también explica que El Jueves estuvo a punto de desaparecer, y lo habría hecho de no ser porque a algunos dibujantes se les ocurrió la idea de comprar la revista; el mismo Martín explica la impresión que tuvieron entonces: «Lo que ocurre es que Asensio daba el salto a Madrid, iba a la villa y corte a hacerse el editor importante, y alguien le había aconsejado que, hombre, tener revistas en el cartapacio como El Jueves, el Lib, era un poco… en la capital no sería bien visto».13 En definitiva, toda una suma de factores impidió que ninguna revista, a excepción de El Jueves, pudiera consolidarse en el mercado. Sin embargo, eso no significa que no jugaran un papel social importante en los años de apogeo. Esa es la percepción de la mayoría de 13 MARTÍN, J. L. Entrevista personal concedida el 18 de octubre de 2016. editores y colaboradores entrevistados. José Ilario, por ejemplo, opina hoy que aquellas revistas respondieron a una demanda de libertad de pensamiento y erotismo por parte de la sociedad.14 José Luis Martín se refiere a las revistas de humor como «la palanca de la libertad de expresión en este país», y precisa: «La dictadura, el totalitarismo, se resquebraja con la burla, es que le jode vivo».15 Tom Roca coincide, aunque señala la falta de reconocimiento: «Ayudamos mucho en aquel momento. Evidentemente nunca se nos reconoció, ni falta que hace, pero ayudamos mucho en aquel momento. Quizá inconscientemente, ya te digo, o sea, hay que ser joven y creer en la inmortalidad […] Creo que se hizo un servicio».16 Carlos Romeu también opina que el humor fue «la válvula que permitía el escape […] se podía colar mucho más con el humor que con editoriales», pero también tiene la impresión de que, en cierta forma, los grandes grupos utilizaron estas publicaciones, pero, a partir de cierto momento, ya no les interesaba mantenerlas: «Ya no hacíamos falta y además los consejos de administración no querían gente conflictiva. Porque si empiezas a decir que los bancos son unos cabrones, hostia, en el consejo de administración hay tres bancos».17 Ja, por último, es rotundo: «creo que eran las únicas que se atrevían a criticar el poder».18 CONCLUSIONES: EL ESPEJO DEFORMADO DE LA TRANSICIÓN Durante el periodo comprendido entre noviembre de 1975 y octubre de 1982 las revistas satíricas analizadas en este trabajo de investigación se convirtieron en un medio de comunicación relevante en la sociedad española, y reflejaron críticamente el proceso político de la transición empleando el texto, la ilustración y el cómic. Inspiradas, en mayor o menor medida, según el caso, en revistas extranjeras como Charlie Hebdo, Hara-Kiri Hebdo, Punch o MAD, construyeron desde la irreverencia una crítica escéptica e irreverente que traspasó los límites de lo publicable en dicho periodo. Esa visión reflejó el sentir de una parte de la ciudadanía y, al mismo tiempo, en tanto que hablamos de un medio de comunicación de masas, contribuyó a configurar ese sentir en un público que desarrolló un vínculo afectivo con los semanarios y sintió, en muchos casos, una afinidad ideológica con ellos, pues se trató de un sector de la población ávido de apertura y relajación de costumbres, así como de contenidos eróticos. Como recuerdan 14 ILARIO, J. Entrevista personal concedida el 4 de mayo de 2016. 15 MARTÍN, J. L. Entrevista personal concedida el 18 de octubre de 2016. 16 ROCA, T. Entrevista personal concedida el 23 de enero de 2017. 17 ROMEU, C. Entrevista personal concedida el 18 de octubre de 2016. 18 JA. Entrevista personal concedida el 4 de mayo de 2016. sus autores y corrobora el análisis de estas publicaciones y sus disputas con la administración —e, incluso, las amenazas de la extrema derecha— hicieron lo que no podía hacerse: criticar a las figuras de autoridad, caricaturizar al poder y dudar de los discursos oficiales y/o hegemónicos, aunque con dos tabúes: el ejército, hasta los años finales de la transición, y la institución monárquica y la figura de Juan Carlos I. Contribuyeron, además, a perder el miedo a la burla aplicada a un poder que hasta entonces se había tomado tan en serio como se toma a sí mismo cualquier otro régimen autoritario, y que los semanarios satíricos desacralizaron con su mirada irreverente y secular. En una primera fase, hasta 1977, encontramos en el mercado un boom de revistas satíricas, que coinciden, en líneas generales, en demandar una mayor celeridad en el proceso democratizador, así como en la crítica a las instituciones franquistas y el sector inmovilista conocido como el búnker. Hasta la legalización de los partidos políticos, la oposición democrática recibe un trato benévolo, dentro del marco de irreverencia propio de la sátira, y la mayor parte de los colaboradores de estas cabeceras se identifican y defienden sus principales reivindicaciones: la legalización de los partidos, la convocatoria de elecciones generales y la concesión de una amnistía política total, una cuestión que hoy es objeto de crítica, en tanto que también se aplicó a los posibles crímenes contra la humanidad cometidos desde el franquismo, pero que, entonces, incluso siendo explícitamente conscientes de este factor, fue apoyada como mejor forma de cerrar una etapa y abrir otra nueva. En una segunda fase, una vez que los partidos de izquierda son legalizados y tanto PSOE como PCE, en diferente grado y de diferente manera, comienzan a colaborar con el gobierno de Adolfo Suárez, y conceden ciertas renuncias ideológicas para trabajar en lo que se denominó «ruptura pactada», los principales semanarios satíricos comienzan a mostrar mayores divergencias en el trato de la transición. Por Favor criticó algunos aspectos de esta política, pero sus autores también mostraron cierta comprensión a esa izquierda que había entrado en las instituciones. Sin embargo, El Papus, con una línea editorial más ácrata, provocadora e iconoclasta, exhibió de modo constante, al menos desde los primeros meses de 1977, una desconfianza clara hacia todos los agentes políticos. Se trató de una actitud que anticipó el desencanto que comenzaría a adueñarse de parte de la sociedad española meses después. Desde fechas muy tempranas, denunciaron los déficits de un proceso pactado entre los principales partidos de la oposición y el gobierno presidido primero por Arias Navarro y después por Suárez, en un equilibrio de fuerzas claramente asimétrico, lo que impidió llegar más lejos en las reformas, pero que fue suficiente para impedir, igualmente, el inmovilismo o la permanencia de determinadas instituciones franquistas. Recuérdese, en este sentido, que Ivá ya dibujaba en diciembre de 1975 a un político de izquierdas y otro de derechas repartiéndose el poder y el dinero asociado a este. Para una revista como El Papus y, hasta cierto punto, El Jueves, ese marco resultaba insuficiente para sus aspiraciones o los deseos de sus colaboradores, y, en esta segunda fase, caracterizada por el cierre del resto de cabeceras satíricas y por la relajación de la legislación en materia de prensa, la crítica se recrudecerá. A partir de 1979, ambas revistas están ya instaladas plenamente en el desencanto, pero, en cada caso, se configura de manera diferente: en El Papus se traduce en una crítica agresiva y sin tregua contra el gobierno y los principales partidos de la oposición —con especial atención al PCE, en tanto que sus renuncias habían defraudado unas expectativas mayores—, espoleada, por un lado, por la crisis económica; y, por otro, por el atentado con bomba que sufrieron sus oficinas, hecho que marcó profundamente a la revista en todos los sentidos, y cuya investigación y posterior proceso judicial generaría una sensación de injusticia que elevó el tono de la crítica. En El Jueves, por el contrario, ese desencanto se explicita en la omisión frecuente de los asuntos políticos, y el viraje a temáticas costumbristas o cercanas a los espectáculos y el entretenimiento, aunque este semanario también atenderá los principales acontecimientos políticos de estos últimos años de la transición cuando corresponda. Es importante subrayar, no obstante, que la posición ideológica que adoptaron El Papus y, en menor medida, otras revistas satíricas, no fue ni mucho menos mayoritaria en la sociedad española, aunque es evidente que encontraron complicidad en su público. El Papus defendió la abstención en varias citas electorales, criticó el referéndum de la Ley para la reforma política en 1976 y el de la Constitución en 1978, así como las dos victorias consecutivas de UCD en 1977 y 1979; pero los resultados en todas ellas, así como las encuestas de opinión que han sido comentadas en este trabajo de investigación, evidencian que una amplia mayoría de españoles se situaba en torno al centro ideológico y expresaba su preferencia por un cambio político progresivo y sin radicalismo, aunque era también favorable a la democracia. El choque entre las expectativas y la realidad del país incrementó aún más ese desencanto crítico, y generó, además, la necesidad de explicar ese desajuste con diversas causas: el miedo de la ciudadanía, el control de los medios de comunicación y los recursos económicos por parte de la derecha, la influencia de los grupos de poder financieros y potencias extranjeras —especialmente Estados Unidos— o, llegado el caso, insinuadas manipulaciones electorales, personificadas en la figura de Martín Villa, durante su etapa como ministro de Interior. En última instancia, la consecuencia lógica de esa permanente frustración llevó al cuestionamiento general del sistema democrático español en particular y la socialdemocracia de tipo parlamentario y representativo en general. Repetidas veces, incluso ya en 1981 y 1982, se afirmaba que la democracia lograda en la transición no era tal, en realidad. Estos postulados parecen hacer plausible la hipótesis de que, al menos en algunos momentos o en relación a determinadas cuestiones, el discurso de El Papus se ajusta al de la extrema izquierda de formaciones como PTE, PCE (m-l) u ORT, si no en su autoritarismo, evidentemente, sí en su lectura de la transición y en la llamada activa a la abstención o no participación en determinados momentos, que sirvieron, a la postre, para legitimar el proceso de reforma, bien con el apoyo en las urnas de la ciudadanía, bien con el consenso de todas las fuerzas parlamentarias. Al igual que El Papus y otras revistas, estos grupos de extrema izquierda parecían tener la complicidad de una parte de la población, como demuestra su capacidad de convocatoria en manifestaciones y mítines,19 pero ese apoyo o sintonía ideológica no se tradujo en votos. Del mismo modo, el público de la prensa satírica podía estar de acuerdo con lo que leía y ser contrario a la política de consenso, a las renuncias de la izquierda e, incluso, al carácter burgués de la democracia que se estaba configurando, pero eso no se reflejaba en su voto, a pesar de que, sin duda, el aumento de la abstención en las elecciones de 1979 se vio influido por el estado de desánimo generalizado entre la izquierda, del cual estas revistas fueron parte. Sin embargo, resulta complejo dilucidar si esta cercanía con algunos dogmas de la izquierda radical era fruto de una verdadera intención por parte de los autores. Consultados sobre esto, los colaboradores y editores niegan cualquier contacto o connivencia, pero el relato de Carlos Navarro sobre cómo recibían cartas desde la cárcel de presos políticos hace 19 WILHELMI, G. Romper el consenso. La izquierda radical en la Transición Española (1975-1982). Madrid, Siglo XXI, 2016, p. 162. evidente que, al menos, existía una simpatía de la extrema izquierda hacia el humor satírico, toda vez que criticaban el sistema en términos similares.20 En cualquier caso, el análisis de estas publicaciones y su contrastado con fuentes orales, documentación de archivo, prensa diaria, revistas de temática política y bibliografía especializada, confirman, en mi opinión, la tesis de partida: los semanarios de sátira política constituyen una interesantísima fuente de estudio para la historiografía de la transición, porque suponen una de las manifestaciones culturales más espontáneas e inmediatas de su época, y porque el humor satírico permitió forzar los límites de lo representable. El trabajo de sus autores se desarrolló en un contexto de excepcional libertad creativa, como se constata al profundizar en su funcionamiento editorial: todos los autores entrevistados afirman que nunca sufrieron censura por parte de sus editores, y que su trabajo no fue nunca orientado en un sentido ideológico u otro. Los dibujantes y escritores, a lo sumo, se ponían de acuerdo en cuanto a los temas que iban a tratar, pero no había, o no se ha podido demostrar que lo hubiera, una selección editorial de sus trabajos. Existen, además, otros factores que contribuían a esa espontaneidad y libertad: los ajustados plazos de trabajo, que hacían que, como ha contado Ja, a veces los autores incluso llevaban sus páginas directamente a la imprenta, y la escasa jerarquía de las redacciones que elaboraban estas publicaciones. Los directores periodísticos exigidos por la Ley de prensa, en la mayoría de los casos, no se inmiscuían en el trabajo artístico ni en la orientación ideológica, y los directores artísticos, a menudo dibujantes con relaciones personales entre sí y con los colaboradores, permitían un margen de libertad amplísimo, potenciado por la anarquía del trabajo diario y el ambiente festivo de las oficinas. El hecho de que, en su mayoría, las revistas fueran publicadas por sellos editoriales independientes, ayudó a esta cuestión, pero ni siquiera cuando grandes grupos editoriales como Planeta o Zeta compraron algunas cabeceras había interferencia por parte de los directores de las mismas. Solo en el caso de El Jueves Antonio Asensio pedía estar informado del tema en portada y los contenidos de cada número, según relata José Luis Martín —quien preparaba cada número del semanario el domingo, en su casa, en una nueva muestra de informalidad—, pero el mismo dibujante alega que su superior solo quería estar informado y nunca vetó contenidos. Todo ello resulta en unas revistas en las que los contenidos se publicaban sin corregir o procesar, sin línea editorial en sentido estricto y sin excesiva reflexión previa por parte de sus colaboradores. Esta libertad creativa y 20 NAVARRO, C. Entrevista personal concedida el 1 de marzo de 2017. ausencia de filtro suponen, además, una nota distintiva con otro tipo de prensa, en primer lugar, porque es el amparo del humor el que justifica, mediante el animus iocandi, muchas de las expeditivas ideas expresadas, pero, en segundo lugar, porque estas revistas poco respetadas escapaban al control institucional más fácilmente que, por ejemplo, la prensa diaria. No es que no hubiera ciertos niveles de libertad de expresión —la incendiaria prensa de extrema derecha no deja mucho lugar a la duda en este punto—, pero, en determinados momentos, el gobierno tenía sus mecanismos para apelar a la responsabilidad nacional y lograr, como relata Pinilla García, que en casi todos los diarios apareciera un editorial conjunto con motivo de la legalización del PCE, en apoyo de Suárez y por iniciativa de José Mario Armero.21 Las revistas suponen, además, un reflejo deformado —y, por tanto, esperpéntico— de la realidad del país. Los usos sociales que reflejan, la visión de la violencia, de los movimientos sociales, de la homosexualidad, el lugar de las mujeres en la sociedad, etcétera, sin los filtros de lo políticamente correcto y convenientemente potenciados por la hipérbole, configuran un mapa preciso de la sociedad urbana de la España de la transición y sus mentalidades, expectativas y apetencias. También reflejan, por supuesto, la rápida evolución de dicha sociedad, que experimenta cambios profundos en muchas áreas diferentes en poco tiempo, pese a que las visiones más críticas de la transición insistan en que nada cambió; las encuestas muestran claramente cómo sí lo hizo la opinión de los españoles en materia de educación sexual, o en cuestiones polémicas como el divorcio o el aborto,22 y todas ellas fueron reivindicadas por las revistas satíricas. En menos siete años, se pasó de las elipsis y los dobles sentidos sin caricaturas directas de Hermano Lobo a la portada de El Papus que mostraba a Calvo-Sotelo caracterizado como un vampiro mientras afirmaba: «Me gusta chuparla». Sin embargo, la presente investigación también ha puesto de manifiesto las limitaciones de las revistas como fuentes historiográficas. El seguimiento de muchas cuestiones fue caótico y, en ocasiones, inconstante, y a veces las referencias a la actualidad pueden ser un tanto oscuras, de modo que, para entenderlas hoy, ese precisa una investigación adecuada. A menudo publicaron rumores, noticias sin contrastar y bulos que incluso 21 PINILLA GARCÍA, A. La legalización del PCE. La historia no contada (1974-1977). Madrid, Alianza Editorial, 2016, pp. 260-264. 22 HUNEEUS MADGE, C. La Unión del Centro Democrático y la transición a la democracia en España. Madrid, Siglo XXI, 1985, p. 343. podían contribuir al engorde ciertas teorías conspirativas del momento. Podían hacer juicios ligeros y ser injustas, contradictorias y demagógicas, pero esa es, sin duda, una de las prerrogativas de la sátira: decir aquello que nadie más se atreve a decir, incluso a riesgo de equivocarse. Por otra parte, su objetivo nunca fue la de proponer alternativas, ser responsables o profundizar en la comprensión de hechos, sino que, más bien, se caracterizaron por la agitación o la propaganda, siempre en un contexto lúdico en el que la hipérbole y la provocación se entendían como lícitas y parte importante del código satírico. Por todo esto, resulta evidente que el tratamiento de la prensa satírica como fuente para la historiografía debe ir siempre acompañada de un estricto método de crítica y análisis, como, por otro lado, debería suceder con cualquier otra fuente. En una época como la actual, en la que la transición es constantemente puesta en duda desde diferentes ámbitos, resulta sumamente interesante acercarse a ella a través de una fuente novedosa, que permite reconstruir las mentalidades imperantes en la época y los relatos de la transición se estaban expresando. Su análisis ha permitido constatar que muchas de las críticas más duras que hoy se le hacen a la transición ya estaban presentes entonces, en su transcurso. Cabe pensar, de hecho, que esta coincidencia se debe a que en ambos casos existe una falta de perspectiva global. El contraste entre los relatos deslegitimadores y revisionistas actuales y la visión coetánea que muestra el humor gráfico nos acerca al debate social en torno a la transición. El uso popular del término despectivo «régimen del 78» o «régimen de la transición», que incluso emplean algunos políticos de la nueva izquierda aparecida, precisamente, como consecuencia del 15-M y otros movimientos de protesta, esconde un descrédito de un proceso que algunos politólogos han calificado de «modélico», como bien matiza Santos Juliá, no en un sentido moral, sino para resaltar su carácter de modelo de transición transaccional,23 y que hoy se califica a menudo de mito, fraude o engaño: una pantomima que sirvió para que las élites dominantes en el franquismo siguieran manteniendo su estatus con un mero lavado de cara. Prácticamente no hay ningún estudio crítico con la transición que no emplee ese tipo de expresiones. Emmanuel Rodríguez López escribe en Por qué fracasó la democracia en España: «Su historia posterior [la de la transición] se ha construido sobre la construcción de su propio mito: la glorificación de los pactos, la 23 JULIÁ, S. «En torno a los proyectos de transición y sus imprevistos resultados», en MOLINERO, C. (ed.) La Transición, treinta años después. Barcelona, Ediciones Península, 2006, p. 59. responsabilidad del pueblo, la grandeza y el sentido de Estado de los protagonistas».24 En el muy crítico Claves de la transición 1973-1986 (para adultos), Alfredo Grimaldos emplea varias veces los términos «teatro» y «farsa» para referirse a la transición; en la contraportada, podemos leer: «La imagen oficial de la Transición se ha construido sobre el silencio, la ocultación, el olvido y la falsificación del pasado».25 En estas visiones a posteriori, se parte de un presente que no gusta y cuyos males se juzgan consecuencia del pecado original de la transición. En estos trabajos, dedicados a denunciar más que a explicar, aquellos aspectos de la transición que encajan con su relato se emplean como pruebas de la maldad intrínseca del proceso, mientras que aquellos que parecen resultar positivos son simplemente puro teatro, concesiones sin sinceridad y sin verdadero valor. En esta clave, todo corrobora la visión propia, porque las fuentes se interpretan a la luz de la misma, en lugar de configurarse aquella tras el estudio de estas. Todo fue un plan de la CIA, o un pacto de salón entre las élites para repartirse el pastel, o, invocando las palabras de Franco, da lo mismo lo que suceda por que todo quedó atado y bien atado, y ese fatalismo, más emocional que analítico, se impone al relato historiográfico temperado. Como Santos Juliá ha señalado, resulta sorprendente que cada nuevo trabajo que pretende derribar el mito de la transición y descubrir la verdad detrás del pacto de silencio se presenta como el primero que lo hace, y arremete contra un supuesto relato oficial: Resulta por eso algo fatigoso leer una y otra vez que de la transición existe, por una parte, una versión canónica, una historia oficial, un paradigma dominante o hegemónico, con su correspondiente interpretación al uso; y, por otra, la versión que nos propone el último artículo o el libro recién salido a la calle, que no es ni oficial, ni hegemónica, ni al uso y que se reviste de originalidad, de invención de un nuevo paradigma y hasta, en algún caso, de hito histórico. La primera —se dice— destaca su carácter modélico, privilegia el protagonismo de las elites políticas y hasta de dos o tres individuos mientras olvida o silencia el papel desempeñado por los movimientos sociales; la segunda denuncia a la primera como mito, como mentira, o como mito y mentira, cargando sobre ella la culpa de una amnesia, una desmemoria. La práctica se ha extendido hasta el punto de que hoy circulan tantos o más títulos que denuncian la transición como mito y mentira, o como amnesia y desmemoria, que historias oficiales puedan contarse.26 Resulta del todo insostenible cualquier visión que afirme que no existen fisuras en una supuesta «historia oficial» de la transición. En primer lugar, porque como afirma el propio 24 RODRÍGUEZ LÓPEZ, E. Por qué fracasó la democracia en España. Madrid, Traficantes de sueños, 2015, p. 23. 25 GRIMALDOS, A. Claves de la transición 1973-1986 (para adultos). Barcelona, Península, 2013. 26 JULIÁ, S. «Cosas que de la transición se cuentan», en Ayer 79 (2010). Santos Juliá, no son pocos los estudios críticos que se han publicado, no ya tras finalizar la transición, sino durante la misma: Gregorio Morán publicó en 1979 su libro Adolfo Suárez: historia de una ambición, un volumen bastante duro con el presidente y que no ofrecía una visión precisamente edulcorada de la transición, y desde entonces no ha cesado de publicar libros muy críticos con la transición y con todos sus actores. Es más, la idea de que aquello fue un pacto entre bambalinas destinado a que todo siguiera igual ya se expresaba en revistas como Triunfo: Eduardo Haro Tecglen escribió que Suárez había buscado «perpetuar una situación de parto de riquezas, influencias, poderes y situaciones que formaban parte de una herencia de un régimen al que perteneció y apuntaló en honesto cumplimiento de los cargos para los que fue nombrado y aceptó».27 Pero, por añadidura, he de estar de acuerdo con Juliá cuando niega la existencia de historia oficial alguna,28 en primer lugar, porque no creo que tal cosa pueda existir en tanto que, en democracia, se pueden difundir todas las visiones concebibles, y no existe ninguna emanada directamente del poder que lleve el marchamo de «oficial» o se privilegie sobre las demás. Existen abundantes relatos críticos, y la historiografía no ha ocultado, especialmente en la última década, los aspectos más espinosos de la transición. Sin embargo, caben algunos matices respecto a la dimensión social que esto pueda tener. Porque la historiografía no es la única que emite relatos sobre la transición y, porque no son, en muchos casos, los que más difusión tienen. Si bien no podemos hablar de relato oficial, sí que, creo, puede considerarse la existencia relatos hegemónicos, en tanto su aceptación y difusión en la sociedad española son mayoritarios. Hablo de productos televisivos como Adolfo Suárez, el presidente (Antena 3, 2010),29 que presenta al personaje como una suerte de héroe épico que desde su juventud estuvo determinado a traer la democracia a España, y que omite sus malas decisiones y defectos, o 23-F. El día más difícil del Rey (RTVE, 2009), que obvia los aspectos más controvertidos del intento de golpe de estado para presentar a un Juan Carlos I igualmente heroico, traicionado por tres militares tan malvados que rozan la parodia, y desconocedor por completo del peligro que suponían. Estas ficciones con apariencia pseudodocumental, más que nos pueda pesar, tienen, hoy por hoy, más calado 27 HARO TECGLEN, E. «Suárez: la herencia y la transición», en Triunfo 821 (21 de octubre de 1978), p. 16. 28 JULIÁ, S. (2010), op. cit. 29 Podría sumársele, en una clave diferente, el reportaje emitido el día del fallecimiento de Adolfo Suárez en TVE, Adolfo Suárez. Mi historia (2014), de un tono laudatorio que esquiva cualquier decisión controvertida o error del expresidente. social que casi cualquier trabajo historiográfico, como también puede tenerlo. Pero hablo, también, de la visión que de la transición se ofrece en el sistema educativo español: no solo es sabido que rara vez alcanza el tiempo del curso para llegar a ese punto del temario, sino que, además, en los libros de texto podemos encontrar afirmaciones como esta: «El proceso de Transición política ha sido considerado modélico por la manera pactada y no violenta en que, en términos generales, se llevó a efecto».30 Hay, asimismo, un refuerzo institucional hacia los aspectos menos conflictivos y más consensuales de la transición, evidenciado en la conmemoración de aniversarios y en la canonización de determinadas figuras: los padres de la Constitución, Suárez, Carrillo, Felipe González, etcétera. Este fenómeno es especialmente significativo con la publicación de las memorias de muchos de los protagonistas políticos de la transición a partir, sobre todo, de los años noventa. Poco importa, en mi opinión, que la historiografía atienda de un modo analítico y ecuánime a todos los aspectos de la transición si la ciudadanía desconoce los hechos de Montejurra, el asesinato de Yolanda González o, por citar un suceso relacionado con esta tesis doctoral, el atentado con bomba a las oficinas de El Papus. Poco importan los muchos trabajos que han arrojado luz sobre el 23-F si la creencia popular sigue considerándolo un misterio, hasta el punto de que un totalmente inverosímil especial del programa televisivo Salvados emitido en 2014 que presentaba un falso documental que fingía demostrar la implicación directa del rey en el golpe fue creído por millones de espectadores. Se desconoce la transición pero, por otra parte, se ha pasado de una visión positiva por parte de la ciudadanía a otra negativa, que tiende a atribuirle todos los problemas del sistema, a considerarla origen de todos los males. Con motivo del veinticinco aniversario del inicio de esta etapa, en 2000, se llevó a cabo un estudio sobre la percepción de la transición que tenía la población española. Juan Avilés Farré ha analizado sus resultados, que arrojan, entre otros datos, que un 86% valora positivamente la transición y la considera un motivo de orgullo para los españoles. «Claramente los españoles han interiorizado como un logro histórico el momento fundacional de nuestra democracia, lo que se traduce en una elevadísima valoración de su principal protagonista, Adolfo Suárez».31 El primer presidente de la democracia obtiene una valoración de 74,7% en 30 VVAA. Historia de España. 2º de Bachillerato. Madrid, Akal Ediciones, 2003, p. 418. 31 AVILÉS FARRÉ, J. «Veinticinco años después: la memoria de la transición», en Historia del presente 1 (2002), p. 89. función de la pregunta «en qué medida contribuyeron al éxito de la transición», por encima de otros líderes políticos como González (58%), Carrillo (42,7%) o Fraga (40,4%).32 El rey obtiene una aprobación del 73,7%. Por todo ello, concluye Avilés que «la memoria de la transición representa un componente fundamental de nuestra cultura política, un lieu de la mémorie, por decirlo a la francesa, particularmente querido. En definitiva, el punto de origen de ese sentimiento difuso, difícil de definir pero no de apreciar, que se manifiesta en la España de comienzos del siglo XXI y que algunos denominan patriotismo constitucional».33 No sabemos cuáles serían los resultados si el CIS repitiera hoy este estudio, aunque en el barómetro de noviembre de 2012 un 72% considera que el modo en el que se hizo la transición es motivo de orgullo para los españoles. A buen seguro, especialmente en las generaciones más jóvenes, la valoración sería diferente. La transición se ha convertido para algunos en chivo expiatorio y en causa principal de la corrupción política, del problema de las nacionalidades y de la crisis económica; para otros, en cambio, seguirá manteniendo no solo una valoración positiva, sino ese carácter modélico, como demuestra la resistencia a modificar o revisar elementos de los acordados durante la transición. Para disputarle el relato tanto a la versión fatalista como a la blanqueadora, la historiografía debe construir relatos basados en la investigación y el análisis riguroso de las fuentes, desde una perspectiva interdisciplinar y alejada, en lo posible, de los intereses partidistas o de las corrientes de opinión más populares en cada momento. Pero ese conocimiento científico, que debe ser eficazmente divulgado entre la sociedad —acaso la asignatura pendiente de nuestra disciplina en un mundo en el que, aparentemente, la información debería ser más accesible que nunca—, debe incorporar a todos los protagonistas de la transición, así como a todos sus productos culturales, de manera que, progresivamente, se vayan incorporando sujetos y objetos por igual a la multiplicidad de relatos. En este sentido, es mi deseo que este trabajo de investigación sirva para poner en valor una fuente hasta ahora no demasiado atendida por la historiografía, que en su especificidad aporta nuevas lecturas desde los campos de historia de los medios de comunicación y de las mentalidades. El análisis de este corpus de más de ochocientas 32 Ibid., p. 90. 33 Ibid., p. 97. revistas demuestra que las críticas que hoy parecen novedosas —en opinión de muchos— ya estaban presentes entonces, imbricadas al proceso mismo de la transición a la democracia, de la que los semanarios satíricos fueron testigo de excepción. BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES Fuentes consultadas Corpus principal de revistas satíricas estudiadas (noviembre de 1975-noviembre de 1982) Hermano Lobo 185 a 213. Madrid, Ediciones Pléyades, 1975-1976. El Jueves 1 a 284. Barcelona, Editorial Formentera / Grupo Zeta / El Jueves Ediciones, 1977-1982. El Papus 95 a 444. Barcelona, Amaika Ediciones / Elf Ediciones, 1975-1982. El Papus Extra Elecciones. Barcelona, Elf Ediciones, 1979. Por Favor 73 a 218. Barcelona, Punch Ediciones /Garbo/ Planeta De Agostini, 1975-1978. El Víbora 1. Barcelona, La Cúpula, 1979. El Víbora Especial. Toda la verdad sobre el golpe. Barcelona, Ediciones La Cúpula, 1981. Se han consultado, además, números puntuales de las revistas Butifarra!, La Codorniz, Mata Ratos y Muchas Gracias, así como números de Hermano Lobo, Por Favor y El Papus anteriores a noviembre de 1975. Otras fuentes Prensa diaria El País Abc La Vanguardia Diario 16 Diarios digitales 20 Minutos. Disponible en http://www.20minutos.es/ El Diario. Disponible en http://www.eldiario.es/ Revistas semanales Cambio 16 Cuadernos para el diálogo Triunfo Recursos en la web Archivo Linz de la transición española. Disponible en https://linz.march.es/ Hermano Lobo Digital. Disponible en http://www.hermanolobodigital.com/ La hemeroteca del buitre. Disponible en http://lahemerotecadelbuitre.com/ Humoristán. Disponible en http://humoristan.org/ Tebeosfera. Disponible en https://www.tebeosfera.com/ Películas y documentales ANDRÉS, E. y PREGO, V. La transición [serie de televisión], 1995. BARTOLOMÉ, C. Después de… [película documental], 1975, 1976. CABRERA, S. Adolfo Suárez, el presidente [miniserie de televisión], 2010. CHÁVARRI, J. El desencanto [película documental], 1976. FERNÁNDEZ DE CASTRO, D. El Papus: anatomía de un atentado [Documental de televisión], 2011. QUER, S. 23-F. El día más difícil del rey [miniserie de televisión], 2009. Entrevista a Alfonso Guerra en Negro sobre Blanco, 20 de junio de 2004. BIBLIOGRAFÍA ABAD BUIL, I. «Las mujeres de los presos políticos en Aragón», en Rolde: Revista de cultura aragonesa 116 (2006), pp. 30-41. ACOSTA MENESES, Y. y VARONA AGUADO, L. «Interpretación de las encuestas de opinión sobre la intención de voto en las elecciones generales en España (1977-2000)», en Revista de la SEECI, 13 (2006), pp. 88. ÁLVAREZ JUNCO, M. 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